Carla Santángelo entrevista a Laura Sanz

Laura Sanz es la autora del poemario Matar la geografía de los cuerpos de piedra y ganadora del I Premio en el mar. Carla Santángelo ha ganado el II Premio en el mar con una propuesta muy conectada con la de Laura y por ello queríamos provocar y mantener una conversación entre sus escrituras. En esta ocasión Carla entrevista a Laura.

Laura Sanz

I Premio en el mar

Matar la geografía de los cuerpos de piedra, 2022

Carla Santángelo

II Premio en el mar

pedres i vent, 2023

Los epígrafes, justamente, abriendo el cuerpo, la primera frontera, el vuelo, ¿por qué esta triple decisión?

Sobre todo como honor a la voz colectiva que a fin de cuentas es la escritura.
Y también por el deseo de diálogo entre tres autores que admiro: El escepticismo de Gloria Gervitz sobre la quietud; El vuelo y el cuestionamiento del vuelo de Juan Gelman, y la frontera como lugar habitable y no limitante que nos trae el verso de Luisa Valenzuela. Me interesaba partir de ahí porque creo que esas imágenes suponen un buen acompañamiento a los conceptos que aparecen a lo largo del poemario.

Me interesa la estructura de este libro porque, además, tuve la suerte de ver cómo se convertía, con los años, en lo que es hoy. ¿Cómo se terminan conjugando los mundos internos del poemario? ¿Qué los une?

Los une la infancia. Al final es una estructura redonda, no hay recorrido lineal. Pero de esto me di cuenta más adelante. Se trata de un viaje que inicia con una imagen asombrosa (la muerte de un pájaro y el hacerse mayor en consecuencia) y que continúa con una búsqueda casi imposible de reparación, una búsqueda de el lugar de restauración. ¿Cómo devolver a la vida a ese pájaro? ¿O cómo salvarse de los rastros de la muerte —que, a fin de cuentas, supone el hacerse mayor—?
Por eso la estructura es un ciclo. De hecho, y ya que mencionas que has estado muy presente en la escritura de este libro en los últimos tres años (te adoro, gracias), el primer poema es justamente de los pocos que mantienen su estructura original. Digamos que es el fundacional. Por eso pienso que es la infancia y el primer encuentro con la muerte animal lo que hace de bisagra para las tres partes.

En este sentido, ¿cómo fue el trabajo con Lara?

Solo tengo palabras de agradecimiento para Lara. Tiene una capacidad para señalar suave, con amistad, aquello que resalta o aquello que tiene que quedar fuera para que el conjunto avance. No sé si me explico. No muchas personas saben hacer eso. Si bien yo ya venía con una propuesta bastante armada —a nivel conceptual he trabajado este libro durante bastantes años—, el año concreto de escritura y reescritura del poemario ha sido un viaje riquísimo. Lara ha estado ahí en todo momento: alentando cuando flaqueaba, ayudando a sanar aquellos poemas que lo requerían, dando fuelle, cercanía y respeto, siempre. Me he sentido muy libre y acompañada.

El primer paisaje, ¿es algo que se restaura con la escritura?

Sí, sí y mil veces sí. Lo comentaba antes (con el tema de la búsqueda), pero es que no es nada nuevo: la escritura ayuda a imaginar mundos. En este caso, la escritura me ha ayudado a reimaginar paisajes internos, pasados, para ponerlos a dialogar con paisajes ajenos, todos atravesados por heridas similares (la urgencia climática, el dolor de las madres, el agua como fuente de vida) y de ahí lo he llevado a un nuevo mundo, que a veces es casi primitivo, pero que en esencia mira hacia un futuro. Mi pregunta para este libro ha sido ¿Cómo atender a la herida común de los territorios, quemados e inundados, a través de la escritura?

El último poema del libro, Cabo Polonio, hace referencia a un paisaje cuidado, a un área natural protegida (Cabo Polonio es un parque nacional en el departamento de Rocha, Uruguay, que es a su vez una reserva de lobos marinos muy importante) en el que me hacía las siguientes preguntas: ¿Cuidamos del paisajes solo con las normas de «Parque Nacional» o «espacio protegido»? ¿Cómo devolvernos a la naturalidad y la empatía íntima y universal de cuidarnos por el mero hecho de ser seres vivientes? Vivimos en un mundo ciego al paisaje. Este último poema es una invitación a no dejar de reflexionar, a mantener siempre la pregunta abierta. Sí creo que la escritura es uno de los espacios más ricos para ello. La poesía en concreto nos ayuda a profundizar en unas imágenes quizá antes soñadas pero difíciles de conjugar de otra manera. Y es ahí donde podemos dejar la ceguera a un lado.

La voz poética se mueve, cruzo un límite, dice en la segunda parte, que es geográfico y a la vez simbólico. ¿Cuál es tu relación escritural con la frontera?

Estudié antropología social y cultural y cuando estaba en la universidad, «Frontera» era una palabra que aparecía en muchos de los ensayos que leía para las clases. Siempre me ha interesado el movimiento y las migraciones humanas en sus más diversas acepciones, también la frontera como constructo simbólico y social. Con la poesía quería darme ¿el placer? de ir un paso más allá y decir «cruzar» como intento de romper la frontera entre poesía-antropología y entre escritura-materia.

También hubo una decisión a nivel estético en el libro que tiene que ver con esto: las tres partes diferenciadas en tres colores (casi como si cada una fuera una capa distinta de la Tierra), el uso de barras oblicuas como corte del enunciado y que incita a un recorrido visual muy concreto de los versos, los espacios en blanco como un desplazamiento…

Hoy día me interesa mucho el concepto ecológico y biorregionalista de la frontera natural: los ríos, los cerros y los territorios como delimitadores de sí mismos. Romper con la frontera como lo impuesto por el ser humano. Atender la flora, el agua y las particularidades del paisaje como los «nombradores» de esa frontera. Una frontera nada rígida. Esto es lo que intenté explorar en la tercera parte del libro y que, por supuesto, es una exploración aún latente. Nunca termina.

¿Y la India?

Viví y estudié en Nueva Delhi hace unos años, durante seis meses. Allí el encuentro con la otredad era algo que se te disponía de manera constante y que acabó por volverse una obsesión para mí. Me cuestionaba qué hacía allí (un verso literal que aparece en el libro), para qué. Y durante ese tiempo escribí así: de manera obsesiva. Tengo muchos cuadernos de aquel viaje, cuadernos de la universidad donde ya nos cuestionábamos términos sobre frontera y reproducción, y varios diarios.

Siento que podría haber un poemario dedicado exclusivamente a este episodio de mi vida, pero necesitaba que apareciera en este libro tan dedicado al movimiento y al cambio de paisaje. Toda imagen sobre la India está en la parte central, es «el núcleo de la Tierra», digamos. Ese trocito de paisaje árido por donde repta la serpiente. Una parte con poemas en busca del agua (como todo en el libro), en confluencia con preguntas sobre el clima, la maternidad, la reproducción. Pensaba que colocar esos poemas centrales de manera geográfica, en India, podría ayudar también, y casi de manera formal, a que el lector se sintiera interpelado de una manera más directa. La extranjería propia marcada no como señalamiento, sino como posicionamiento incómodo.

También me asustaba un poco caer en el concepto de diarios exóticos de viaje. Como antropóloga, es algo que desde hace muchos años he aprendido y reaprendido a revisar desde el respeto. Lo que sí me interesaba era recoger las vivencias de la exposición propia a una otredad climática, geográfica y cultural.

En este sentido, la recopilación de textos de Chantal Maillard en su libro India ha sido un acompañamiento posviaje indescriptible. De ahí que el epígrafe que abre la tercera parte se refiera a ese acompañamiento del cuerpo… hacia algo, digamos, más sencillo. Sacudirse el polvo detrás de la caída (la exposición) y entrar.

Llévame al signo previo al idioma, dice la voz, ¿cuál es esta pulsión?

Creo que, de nuevo, tiene algo que ver con las distintas maneras de aproximarse al concepto de la frontera. El signo entendido como algo mínimo, en contraposición al idioma como el exceso de palabra. El signo puede ser universal, el idioma es limitante (diciéndolo rápido y pronto).

Entiendo, por otro lado, que también existe en este verso un deseo de desvanecer, de ser tierra, de darme a otro tipo de lenguaje más animal. Más… esencial.

Leo el cuerpo como el centro gravitatorio de este poemario y también hay un juego con el lenguaje que es corporal, geográficamente corporal. ¿Qué pasa en la tercera parte, ese desmembramiento?

Tiene que ver con lo que menciono más arriba. Existe un deseo no de cesar el movimiento sino de pertenecer al movimiento, habitarlo, en cierto modo.
La voz poética de este libro es huérfana de paisaje no porque le falten, sino por la multiplicidad de geografías, cerros, mares y lagunas que la rodean y que no consigue ver hasta el final, cuando se calma dentro del movimiento y escribe.

En la tercera parte, como mencionas, hay poemas que son como mapas medio rotos, pero también hay otros que se agolpan hacia el final de la página, como el humus. Es decir, del vuelo inquieto se baja a la tierra latente.

Una curiosidad: ¿el título?

Hay un verso en el libro que dice «El dolor en el fallo de matar la geografía». Parte de un fallo, de una frustración: la de sentirse vulnerablemente humana. De ahí el desmembramiento en la tercera parte.

¿Qué escribes ahora, después del viaje del primer libro?

Actualmente estoy trabajando en un par de textos sobre territorio, movimiento y genealogía. Uno de ellos, de narrativa, se titula «La nostalgia del pastor es la mía» y saldrá publicado en julio en el nuevo número de la revista costarricense Wimblu.

También hay un libro de poesía pululando por ahí y del que no puedo hablar mucho por ahora, pero que me hace especial ilusión. Seguramente salga publicado en 2024.

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